Mi amigo Loïc, o Von Thenla, leyó Historia de un peligroso reencuentro y, a raíz del montón de pensamientos que habría que comprar para llenar la cabina de la noria, ideó esta historia, que llena ese espacio vacío de los pensamientos.
Loïc es un amigo que llevo conociendo desde hará cosa de... hum. Un tiempo. Lo conozco gracias a una historia que escribe, un mundo ideado por el llamado Shalkarth, que es la releche, y que el muy cabrón no quiere colgar pese a lo que le insisto.
Escribe realmente bien, creamos historias vía messenger que pueden durar muchísimo tiempo, y , pues lo describiría como alguien increíblemente inteligente, astuto, malvado, incluso cruel, pero en realidad es un chico al que le regalan caramelos y yo lo apodo, aunque secretamente, "El chico dulce", porque yo creo que tras esa apariencia del señor del gato del inspector Gadget, tiene un corazón bien grandote.
Generalmente nos solemos pelear por lo que tardamos en escribir cosas nuevas, y suele salir él perdiendo... Creo que si no fuese por lo que le insisto, no colgaría nada en su blog...
Él tiene un humor irónico del cual soy incapaz de escribir, todo lo que pasa por mis manos con algún tipo de sarcasmo se convierte en amargo, a la vez que lo que yo escribo sobre amor y cosas así, melonas, terminan transformándose a sus manos en ironías, muertes divertidas y demás cosas tanto graciosas... como traumatizantes.
Os dejo aquí la dirección de su blog y os invito a que paséis y le comentéis algo, aunque sea sobre extraños dioses de los que probablemente no entendáis nada... todavía.
Y bueno, por qué no, a que os inventéis y me paséis vuestras cosillas sobre Historia de un peligroso reencuentro...
Qué cara que tengo.
http://von-thenla.livejournal.com/
La tienda “El Amapolo Contento” era una pequeña floristería situada cerca del centro de la ciudad, era una de esas tiendas que llevan toda la vida ahí y que su aspecto lo demuestra; era muy conocida y famosa, y todo el mundo le tenía mucho afecto a esa tienda y a su propietario y dependiente, Sergei.
Sergei era un hombre ya entrado en años, de hecho todo el mundo lo recordaba ya entrado en años de toda la vida, era de estatura normal, ni muy alto ni muy bajo, tenía el pelo cano corto y bien peinado, llevaba unas gafas redondeadas tras las cuales se veían sus ojos marrones, y en su arrugado rostro siempre había una mirada y una sonrisa afables para toda la gente. En esos momentos estaba atendiendo su tienda, y estaba vestido con unos pantalones de pana de un color azul marino tan oscuro que casi parecía negro, una camisa de color blanco y unos zapatos negros bien limpios; aunque casi todo ello quedaba oculto por el delantal verde claro que llevaba en el que se podía ver el dibujo de una amapola caricaturizada que sonreía por algún motivo desconocido.
Se podría contar mucho de esa tienda (como, por ejemplo, que el nombre había sido inspirado por una novela que Sergei había ojeado hacia un tiempo. El libro en sí era muy mejorable, pero le había gustado el nombre de un establecimiento), o de su propietario y dependiente (como, por ejemplo, que había estado casado felizmente hasta hacía unos años en un trágico incidente). Pero ninguna de esas historias es la que nos interesa y atañe hoy.
En lugar de eso nos centraremos en un día, al mismo tiempo un día cualquiera y un día concreto, y en lo que sucedió a eso de las once de la mañana.
Era más o menos esa hora, mientras Sergei estaba tranquilamente ante el mostrador de su tienda, mirando con calma cómo todas las flores estaban en su sitio, bien a la vista de la gente y bien frescas, cuando entró alguien en su tienda. Ese alguien no curioseó en las flores expuestas, ni en esos grandes ramos que se hacían por encargo especial y estaban de muestra, ni siquiera en aquel rinconcito donde estaban algunas flores que se podían comprar de forma individual y que eran un bonito detalle que llevar a una cena; así que pensó que esa persona tenía muy claro lo que iba a buscar.
-Buenos días- le dijo el hombre con una voz amable y tranquila -.Quisiera comprar pensamientos morados, por favor.
El dependiente le sonrió con amabilidad y asintió ligeramente, indicando que había escuchado la petición del hombre.
-Bueno, hay unos ramos de media docena que son bastante demandados- respondió Sergei con una sonrisa -Su precio anda por...
-No, verá- lo interrumpió el hombre, aunque de una forma tranquila -, necesito más.
-Entiendo. Se trata de una ocasión especial. Bueno, también hay ramos de una docena....
El hombre hizo un leve gesto con los brazos, como dando a saber que el dependiente no había entendido del todo el concepto.
-No, no. Necesito muchas más flores- le dijo el hombre con una leve risa, casi de disculpa
-¿En qué cantidad estaba pensando?- preguntó Sergei algo confundido, normalmente con una docena de pensamientos era más que suficiente fuese cual fuese el objetivo.
-Unos cien... no, mejor doscientos- respondió el hombre
Sergei se quedó perplejo.
-Dos...cientos pensamientos- el dependiente estaba atónito -¿Se trata del encargo para una boda... o tal vez para una ocasión más triste?
El hombre miró a su alrededor la tienda por un momento antes de responder.
-Lo cierto es que no- dijo calmadamente -.Pensándolo mejor, que sean doscientos cincuenta pensamientos morados. Si, creo que con esa cantidad serán suficientes.
-Perdone que me inmiscuya, pero, ¿para qué necesita tantas flores, buen hombre?- preguntó Sergei cuestionándose seriamente la salud mental del hombre
-Es para llenar la cabina de una noria- respondió el hombre.
-Ah... la cabina de una noria- añadió Sergei, como intentando asegurarse de que había oído bien.
-Si, en el parque de atracciones.
Sergei empezó a repasar mentalmente el número de teléfono del manicomio.
-Tengo dinero- dijo el hombre cuando Sergei ya llevaba la mano al teléfono por debajo del mostrador -. Mucho dinero- añadió como detalle importante.
El dependiente apartó la mano del teléfono y se animó un poco.
-Ah, entonces no es un loco; sólo un excéntrico- dijo Sergei bromeando -. Para tal cantidad tendrá que esperar un día, ¿a nombre de quién pongo el encargo?
-Me llamo Andrei.
-Muy bien, señor Andrei- Sergei sonrió un poco más -¿Pagará en efectivo o con tarjeta?
Al cabo de cinco minutos, Andrei salió de la tienda con la compra ya hecha. Ya había conseguido lo más importante de su idea.
Sólo le faltaba asegurarse de que ella subiría a la cabina adecuada.
Vallamos por partes.
(como, por ejemplo, que había estado casado felizmente hasta hacía unos años en un trágico incidente)
Igual soy yo, pero eso no se entiende muy bien, he entendido que querias decir que su mujer murio en el accidente, pero no creo que este bien expresado.
Y por último la apendicitis ya la tube con mi madre la semana pasada.
Mi primo es un Jedi fuerte.
saluDOS