La sala es de un color rojo a intervalos blancos.
Como cuando tiras un globo de agua a la pared. Esa mancha que se extiende.
Pero más densa.
Un destello metálico brilla en esa mancha.
La chica se despierta.
Gracias a los rayos del sol.
Entreabre un poco los ojos, cegada.
Cuando se termina de despertar, observa una sala con tres paredes.
La de enfrente, que no está, está ocupada por un jardín verde.
Árboles altos.
Riachuelos.
Margaritas.
Ella sonríe.
- ¿Esto es el cielo?
Las sabanas son de un blanco muy bonito.
Un blanco puro.
- Sí y no.
Una voz le ha contestado.
Ella se gira, incorporada en la cama.
Hay un chico muy guapo. Una sonrisa cautivadora. Una mirada intensa.
Ella sonríe y se vuelve. No dicen nada.
Mira la pequeña cascada que asoma y cierra los ojos, con placidez.
- ¿No notas nada extraño?
Ella abre los ojos y mira al chico, preocupada.
Piensa durante un rato.
- La cascada. No se oye.
El chico sonríe. Su mirada ya no le parece tan bonita como antes.
- Es que no puedes pasar.
La chica empieza a cambiar su expresión a una de ansiedad, preocupación.
- ¿Por qué?
El chico parece sorprendido.
- Pues por lo que has hecho.
La respiración de la chica se agita.
- ¿Nunca has oído eso de que los que cometen suicidio no van al cielo?
La chica mira su muñeca.
Unas vendas blancas la cubren.
- Pero... Tan solo quería llegar a otro lugar... Un lugar mejor...
- Pero no debías. Ahora no podrás pasar.
La venda se empieza a teñir de rojo.
Rojo sangre.
Olor metálico.
Las sábanas ya no son blanco puro.
Son rojo. Un rojo sucio.
- Bienvenida a tu paraíso prohibido. El que nunca podrás alcanzar.
Le dirige una sonrisa perfecta y se va.
La chica se levanta y toca el cristal que la separa de su paraíso.
En el camino que ha hecho hay un reguero de sangre.
Su paraíso está tan cerca y a la vez tan lejos.
La habitación se tiñe de rojo.
Paraíso prohibido.