Charlotte, Charlotte la del pelo rojo. Rojo, rojo teñido. Rojo mandarina. Charlotte insustancial, Charlotte insípida.
Caminaba por la calle, cruzando los semáforos cuando empiezan a titilear. Dirigiéndome a la parada del bus.
No tardé en llegar, viendo a la misma gente de siempre: la pareja de abuelos de la casita 63, la mujer mayor solterona que deja las colillas en los felpudos de entrada (creo que anteayer fue la quinta vez que me tocó cepillar el mío), la mamá con los dos nenes que llevan uniforme del cole y el chaval de mi instituto con el que me siento en el bus pero no hablo.
Pero había alguien nuevo.
Un chico, un chico del que no pude apartar la mirada nada más sentarme en el escaparate de la tienda de alfombras.
Que el dueño nos debe de odiar, porque todos nos sentamos a esperar el bus en su hermoso y amplio escaparate.
Tenía puesta una chaqueta de tela a cuadros rosas y morados, que se entrecruzaban formando otros cuadrados de distintos tonos.
Unos vaqueros ajustados, pitillo, de azul oscuro.
Victorias azules, y en la mano un mechero con círculos rosas.
Me enamoré de ese tío nada más verlo.
Me enamoré de su piercing negro en la ceja derecha y de su corte de pelo. Con una patilla finita, casi rapadita, semiflequillo y pelo cortito. Me enamoré del tío de la chaqueta de cuadros.
Y le llamé John Boy. En mi mente.
Y me sentí tan estúpida. Tan insustancial. Con mis pantalones marrones que ni eran ajustados ni acampanados ni eran nada. Con la camiseta gris a rayas de colores y con las converse.
Me sentí insípida, porque ese día no era yo, era yo pero con ropa que no era yo. Porque en esa estúpida mañana no me había apetecido ponerme mis conjuntos característicos ni peinarme y llamar la atención.
Me moría de ganas de preguntarle qué escuchaba. Mataría por haberle cogido un casco. Si escuchaba Piratas, Love of Lesbian o qué. Me daba igual.
Pero no lo hice, qué tonta, qué tonta. Y todo por sentirme incómoda por la ropa que llevaba. Por pensar que no me representaba.
Y me quedé con las ganas. Y cada vez que me subo al bus pienso en él, en mi John Boy, en el chico con la chaqueta de cuadros.
John Boy. John Boy. Que vas llamando la atención, con tu chaqueta, con tus auriculares de cable negro.
Y como soy estúpida no se lo pregunté. No le pregunté qué escuchaba.
Y me subí al bus y me senté un poquito más atrás de él para observarle. Y abandoné mi sitio con Diego, mi compañero del bus, sólo por mirarle.
Estuve unos treinta y cinco minutos con la boca entreabierta y un interrogante en la punta de la lengua, que se ahogó en mis labios.
Disculpa, ¿Qué música escuchas?
Tampoco era muy difícil.
Pero desde aquello, desde aquello, soy incapaz de tomar iniciativa en una conversación con un chico.
Como me pasó con Pablo, que si no me hubiese perseguido no habría tenido a nadie en el instituto.
Como me pasó con todos desde aquello.
Desde aquello.
Desde él.
Así que John Boy se bajó tres paradas antes que yo. Y no se giró para mirarme, cuando yo pegaba la cara y las manos al cristal con desesperación, cubriendo un pequeño trocito de vaho.
Tuve tantas tentaciones de bajarme en el momento en el que se cerraba la puerta y perseguirlo...
Pero, como siempre, no lo hice. Mis piernas no me respondieron, al igual que no lo hizo la voz en su momento.
No lo he vuelto a ver.
No se ha vuelto a subir en el autobús de las 6:37 , ni lo he visto tres paradas antes de la mía.
John Boy, el chico de la chaqueta a cuadros.
El tío del que me enamoré sin sentir realmente nada en el corazón salvo el vacío habitual desde aquello.
John Boy salió de la tienda de discos llevando el disco de David Bowie con el que le había apodado Charlotte, aunque ella por la canción de Love of Lesbian. Realmente no se llamaba así, sino Julian.
Julian, de Dublín, como la canción de Love of Lesbian que él desconocía, y con la que había acertado Charlotte sin saberlo.
Le echó una distraída mirada a una chica con pantalón marrón y camiseta gris con rayas de colores que acababa de llegar y se había sentado al otro lado de la columna donde él estaba apoyado.
Se subió al bus, y cuando llegó a la parada donde debía bajar, se fue.
Y no le dedicó un sólo pensamiento a Charlotte.
Indescriptible, totalmnte Mirna.
A mi me paso algo parecido hace ya mucho tiempo, ademas la historia es en un autobús, un pequeño yo subió al vehículo y allí en la parte de en medio había una chica pelirroja y con una pecas en las mejillas que hacían que no pudiese apartar la mirada. Sólo la vi una vez más pero me acordare durante mucho tiempo de ella, quizás algún día también tenga un hueco en alguna de mis historias.
Pienso que todo el mundo tiene por ahí un viajante de autobús desconocido, pero que en cierto modo conecta con nosotros.
Quien sabe...
Los momentos más fugaces son los que más se recuerdan :) Y sinceramente, los encuentro preciosos.
.un muáh de color verde ;]
Dios mío!!! eres la primera persona que conozco que también conoce Love Of Lesbian! Casi me da un algo. Me tienen completamente extasiada desde principios de verano.
Yo en el bus muchos encuentros de ese tipo no tengo, porque en el bus de mi ciudad parece que solo van jubilados y como que no es plan, pero el metro es otra cosa...
¿te he contado alguna vez que me enamoro unas 7 u 8 veces al día? la mayoría son en el metro.
En fin, que sepas que aunque no comente, leo siempre. Un beso!
A mí me ha gustado lo tuyo. Gracias (:
Señorita, le acabo de dejar un coment en su post "conóceme".
Le sigo con regularidad.
Aquellos instantes que vuelan, que se nos escapan entre los dedos, son maravillosos porque nos han tocado el tiempo justo, no les ha dado tiempo a estropearse.
A veces pienso que una vida de amores fugaces y de momentos que pasan como cometas sería una vida maravillosa...
Besazos sinceros.
Lena
me gusta mucho este blog :D
Voy a darle a "imprimir", porque ya llevo un ratito delante del portátil y no me da para aguantar mucho más. Esta noche me leeré todo lo que me he perdido para entender bien la historia, porque empezar de cero desde aquí no tendría sentido.
Un besote muy gordo!!!