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Se oye cantar ♫


King Lear


King Lear raises his arm, and slays devils with a strike of his wand. Neither a soul nor a man must approach the sacred realm; its only protection relays in his hands. Holding with strenght his magical weapon, the King is attacked by a thorough demon. Not the first, either the last, again his blood will be sloshed on the walls.

King Lear cries in despair, his knees failing to hold such weight. But he will stand up, as in the countless ocassions he had to face the dangerous hellions.
“Behold!” –he shouts, menacing the darkness– “As long as I breathe no trespasser will enter! Because I am the last of the holy sovereigns, mine is the duty of guarding the remains”.
Suddenly Lear is surrounded by crows, myriads of feathers which hurt him like blows. They sting his skin until blood is spilled; the surroundings begin to twirl until the King is stock-still.

And then, the spinning stops; white become the crows. A room appears all of a sudden, and Lear is imprisoned with his arms tightened. His mind drowns in a current of darkness, and when he wakes up discovers himself to be harmless.

“Please!” – he begs, with an inaudible voice– “Unleash me from this chains so I can defend the reigns!”. But no one answers the pleads of the King, while faint shadows cover him and open their wings. And then, the chains stab his veins; away goes the pain and Lear can do nothing but faint.

King Lear opens his eyes, from the ashes he shall arise. Even if his duty tries to drag him down, the King must bear his burden; heavy lies the crown. And again he confronts the slain, who must always be restrained, and anew he defies a past that he can not outlast. The demonic ichor spreads through his mind, while his body remains binded in a white bed confined.

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Il Davide

I still remember how lonely you were in that room, surrounded by people looking at you. You faced everyone that dared to challenge your glance, the nudity of your body made you even fiercer. I observed mesmerised by every muscle line you had, every vein still noticeable, showing the effort you were going to make. And every one of us ended up looking away, that is how terrible you were, and so your rival had to understand that there was no future for himself.
You raised breathtaking, with victory and death in your look, your face twisted into a grimace. Your body rested, calm but tense, all your weight on one leg. He who dared to defy you would never get up again, claimed your frown and the fury in your eyes. And it was asserted by the rock in your hand, ready to be fired by the slingshot laying on your back.
People moved around you, fascinated by that eternal tension announcing your attack, attracted by the beauty of your body and the strength of your anatomy. But later, they deserted you to go to another room. I didn't. I stayed, looking at you, looking over your body, your sharp nose, the ringlets in your hair and your powerful hands. And I wished to be immortalized into a statue too, to gaze forever into your terrible eyes.
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La noche eterna


Este es el relato con el que me quedé segunda en el concurso de la universidad, como hay gente que me ha dicho que lo quería leer os lo dejo aquí.


El todoterreno volaba por aquel camino a 150 kilómetros por hora. No sé cómo hice para no volcar en las curvas cerradas ni cómo no choqué contra cualquier árbol. Era noche cerrada y uno de mis faros fallaba. Mi respiración, agitada, dejaba nubes de vaho que se deshacían pocos segundos después de salir de mi boca. El coche dio un bote y me las arreglé para recuperar el control del volante y no pegármela. Había atropellado algo, un zorro o un conejo, supuse. No me paré a comprobarlo. Había pasado treinta y ocho horas sin dormir, pero el simple recuerdo de tu promesa bastaba para hacer hervir la sangre en mis venas.
Un faro se apagó y yo maldije entre dientes. Estaba tan excitado que me había olvidado de parpadear y el sudor empapaba mi camisa, helando mi espalda. La prisa me había hecho olvidar mi chaqueta, pero no mi pistola.
Tomé el desvío hacia la derecha. Dejé el coche lo más cerca que pude del edificio, pero, por lo que había entendido, aún tenía que andar durante largo rato. Hice todo el camino corriendo y mis pulmones ardían rogando por oxígeno. Por fin vislumbré la gran puerta de madera del almacén. Resollando, alcé mi mano y la abrí con gran esfuerzo.
Lo primero que vi fue la bañera, el único mueble que había en toda la sala, Iluminado por la tétrica luz blanca de la bombilla que colgaba del techo;  lo segundo, a un hombre de espaldas. Una mano se dirigía hacia tu mejilla, en la otra alcancé a ver el brillo metálico de una pistola. Actué por instinto y disparé a la espalda de aquel tío, sin saber si me habías traicionado con otro, si sería tu hermano o realmente un desconocido que iba a hacerte daño, como me avisó mi cuerpo. Me acerqué tambaleándome y tú te levantaste de golpe de la bañera.
 —Gracias a Dios que has llegado —susurraste con la mandíbula apretada—.  Escucha, tienes que deshacerte de esto. Alguien puede haber oído el disparo. Yo me encargaré de limpiar todo. Tienes que llevar el cuerpo a otro lado, te daré la dirección, llegaré más tarde que tú.
No me diste tiempo a preguntarte quién era aquel hombre o el porqué de que no quisieras deshacerte del cuerpo allí mismo, rodeados por hectáreas despobladas de vida humana. Me ayudaste a arrastrar el cadáver hasta el maletero del coche, desnuda y con el pelo mojado.
El cadáver ensangrentado, el frío del invierno y el olor a sudor de mi camiseta contrastaban con tu desnudez, que despedía vapor en contraste con la temperatura del exterior. Toda esta escena tenía algo de erótico. La adrenalina, que había desaparecido con el disparo, volvió con fuerza a mi cerebro y mi pulso se aceleró.
Me diste la dirección del lugar donde nos encontraríamos y volviste corriendo dentro del almacén. No llegué a verle la cara al cadáver en ningún momento. Me sequé las manos impregnadas de sangre con su pantalón y arranqué el motor.
El coche derrapaba por el camino y la gravilla restallaba como si estuviera granizando. El vehículo aplastó algo y yo di un bote en el asiento. Me costó recuperar el control del volante.
La excitación de volver a vernos allí y el hecho de llevar un cadáver en el maletero hacían que mi respiración se agitara hinchando mi pecho rápidamente. Mis manos manchadas de sangre, la bañera iluminada por esa luz blanca, tus músculos tensados al levantar el cuerpo sin vida de aquel hombre… Todo era tan irreal que creía que si chocase contra un árbol en ese momento despertaría en la cama con el pulso acelerado y jadeando. Me pregunté si la herida de bala aún sangraría y si estaría manchando la tapicería del coche. Era una herida fea: distinta a como pensaba que serían. Pensé que atravesaría limpiamente carne y hueso, pero la bala se quedó atascada en algún punto de su cuerpo. Era bastante desagradable. El tío no gritó, quizá murió casi instantáneamente.
Giré hacia la derecha y dejé el coche pegado a los árboles que no me dejaban internarme más. Abrí la puerta del almacén y llegué justo a tiempo para observar cómo te metías en una bañera que había en el centro de la habitación, iluminada por una única bombilla de luz blanca que hacía aún más irreal la escena. Me arrodillé ante la bañera y compartí contigo una mirada que nos hacía cómplices de un asesinato. La pistola pendía inerte de mi mano izquierda. No recordaba haberla cogido antes de venir aquí.
Alcé la mano derecha para apartarte un mechón de la cara y no llegué a terminar el gesto. Lo último que vi fue cómo se desviaban tus ojos, de estar mirando fijamente los míos, a clavar la vista en algún punto detrás de mí. Entonces algo abrasador se incrustó en mi pecho y destrozó mi pulmón, sin darme oportunidad a gritar de dolor o lamentarme. Me desplomé contra el suelo y quedé bocabajo.
Me desperté en completa oscuridad. Me revolví en aquel pequeño y angustiante espacio y noté algo helado contra mi mano. Al agarrarlo, la forma se me hizo familiar: era mi pistola. Di un par de fuertes patadas y entonces aquello se abrió. Cuando me deslicé al suelo comprendí que me habían encerrado en el maletero de un coche. Palpé mi cuerpo cuidadosamente para comprobar que no estaba herido y, cuando pasé por delante del capó del coche, pateé el cristal de un faro hasta romper la bombilla. Noté las manos y el pecho pegajosos; de sudor, supuse. Me interné en el bosque y eché a andar hasta que encontré un almacén. Abrí con fuerza la puerta y vi a un hombre con una pistola en la mano y la otra apoyada en el rostro de una mujer. Disparé sin pensarlo, simplemente siguiendo mi instinto. El hombre se desplomó sin gritar. Me acerqué a ella.
—Gracias a Dios que has llegado.
Me ayudaste a meter el cadáver en el maletero de aquel coche del que yo había salido, no se me ocurrió preguntarte qué hacías allí. Me diste una dirección y encendí el motor.
Estaba excitado. Iba a toda velocidad pensando en la promesa que me habías hecho. Mi coche derrapaba. Llegué y me agaché junto a la bañera, no se me ocurrió preguntarte cómo habías llegado allí antes que yo. Dolor en mi pecho. Despertar encerrado. Liberarme. Apretar el gatillo. Llevar el cadáver al maletero. El faro titilando. Chocar contra algo, un zorro o un conejo. Excitación. Tu piel despidiendo vapor. La luz de la bombilla. Dolor abrasador. Despertar. Derrapar. Romper el faro. Disparar. Dolor en mi pecho. Gracias a Dios que has llegado.
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Ángel

(Escrito hace ocho meses y un día)




Doce años pasé contigo y ahora me dicen que igual se van. Que igual te vas. Ya te fuiste una vez, o más bien, ya nos fuimos. En cuanto tuvimos que abandonar el pequeño paraíso (ya expulsados por entonces): no sé qué pasó ese verano, todo se rompió. Vosotros os fuisteis y nosotras seguimos juntas. Y nada funcionó. Nuestros juegos ya eran para pequeños, o quizá no eran para extraños. Uno se perdió por completo, y nosotros no supimos ayudarle. Tú estabas con él pero por lo visto como si no lo estuvieras; no te culpo por ello, aquí todos sabíamos lo que pasó en sexto de primaria y aquella elección que tuvimos que hacer. Gállego o Ítaca. Ahora no recuerdo bien si tú te cambiaste por acompañarle o fuiste el primero en apuntarte al otro. Sólo sé que él no te siguió a ti sino al otro. Qué daño nos hizo. A los tres, a los cuatro. A todos. Yo también me quedé sola, a ti tampoco quiso incluirte. Pero tú no eras igual que yo. No colaboraste en ello. En cierta manera, de todos los chicos, estuviste a mi lado. Conforme ha pasado el tiempo te he estado idealizando como una especie de hermano mayor, una especie de tato… Pero si me pongo a pensar en las causas que han hecho que estés así… Mejor no, porque no me consuelan sino que para colmo me hacen estar peor. No fumaremos nunca no beberemos nunca seguro que todo lo dijimos en su momento. Yo creo que llegué a verte fumar, pero no estoy segura. Todo es difuso. Más que recuerdos lo que tengo es un sentimiento muy fuerte de amistad, y de aquel reencuentro hace… ¿Dos años? en el que NADA había cambiado. Todos habíamos cambiado de entorno, de amigos… tú te habías ido de aquí por completo. Con tus perros… Bubú se llamaba uno, ¿No? Recuerdo haber jugado al Tekken en tu casa y recuerdo que de los chicos siempre fuiste el más maduro que todos. En tu estilo… Repelente, sabiondo, repeinado. Toyo te estuvo llamando Puntilloso durante un montón de tiempo y los enfados que te cogías eran algo impresionante. Siempre fuiste el más alto, cuando te volví a ver creo que lo seguías siendo. Me suena que de pequeño querías ser abogado… Hace dos años me hablaste de criminología y psicología, que para acceder a la primera tenías que empezar por la segunda. Y pensé, uauh, en tu estilo. Y jugamos a las cartas, al mentiroso… Y os gané. Nunca había jugado, pero ya sabes, la suerte del ganador me pertenece. Tú eras el segundo mejor… Siempre se te dio bien esa clase de cosas. ¿Llegaste a tocar el piano? Me pediste mi teclado. Eras el mejor en Mates (la única asignatura en la que yo no resalté.) Te recuerdo con gafas y aparato, me acuerdo de tus abanicos de Coliseum ya por tus once años y aquella foto de Port Aventura en el Dragon Khan. Me acuerdo de los imanes de tu nevera. Y ligeramente de tu jardín… No recuerdo cumples tuyos, aunque tengo la sensación de haber asistido a alguno de ellos. Recuerdo aquellos dragones que nos regalaste a él y a mí… el suyo naranja, el mío morado. Eran horterísimas, pero joder, nos pegaban. Jugábamos a Slayers… La serie, Reena & Gaudi. ¡MATADRAGONES! ¿Qué ha sido de esos niños? ¿Y de los dragones? No sé si llegaste a saber lo que hizo él con el suyo. Pero fue por el otro. El mío permaneció intacto pero supongo que en alguna limpieza general lo terminaría tirando. La purpurina que llevaban se pegaba a los dedos… Preferías Kika Superbruja a Manolito Gafotas, yo no. Nunca había llorado tanto por alguien, o no sé, quizá sí, pero no de esta manera. No sé si es miedo, o dolor, o desesperación o incredulidad. Sólo sé que te vas y que te vas porque te perdimos, porque al final, tú creciste y yo sigo con mis ideales. No beberé no fumaré elección propia, que conste. Él no lo hace porque supongo que tampoco ha tenido opción, ella sí, y le va bien y le gusta. Y luego estás tú. Estás tú en esa camilla y vigilado, vigilado por alguien que no somos tus compañeros de clase buscándote en el juego de Las Tinieblas o al Chocolate inglés. ¿Te acuerdas del Escondite en la explanada de al lado de mi nueva casa? ¡Fue brutal! Estaba todo lleno de capitanas enormes, verdes, (a las que luego desarrollé una alergia terrible) y era igual que estar en una especie de aventura supersecreta… ¿Dónde están esos niños? ¿Dónde está la explanada? Ahora hay una casa y los vecinos son supertontos y pijos y me caen mal. Me suena que te cambiaste de casa una vez aquí, pero no estoy segura. Me acuerdo de que me dijiste que la llave de tu buzón valía para los de toda la calle. Tuviste móvil antes que nadie… última generación. Me acuerdo de tus gatitos. Y de tus gafas de sol… Y de tu diente lechoso, o roto, no me acuerdo. Me acuerdo de haberte visto con gafas, y aparato… Joder, qué fea era yo de pequeña. Y con esas gafas ya ni te cuento. Tú no me dijiste nada… O quizá gafotas en broma, porque tú también llevabas. Creo que luego te pasaste a lentillas. No creo que lo comentáramos aquel día hace dos años, pero no quiero sacarme el carnet. Ahora aún menos. Yo me acabo de enterar de que te lo has sacado. Y ahora quiero sacármelo aún menos. Y ahora quiero beber aún menos. Y ahora odio los hospitales que con tanta frecuencia piso, aun más. ¿Estabas operado de algo? No me acuerdo. ¿Y ahora? ¿Te operarán? Te recuerdo como mejor amigo de Conejos… en aquel cumple en el que ella y yo vomitamos como locas a la vez por la gelatina. Recuerdo haber comido espaguetis con tomate y carne y de que tu madre me amenazaba con hacer alcachofas. Recuerdo habernos metido a una gymcana… no sé si del colegio o yo que sé qué. Y nos metimos a la piscina vacía de los peques, calentita (ahora pienso, agh…) y todos, los cuatro, nadábamos como sirenas y tritones (sirenos). A ella se le daba la que mejor… También nos recuerdo con patines. ¿Hacías kárate? Yo gimnasia rítmica… era penosa. Creo que fuiste el que más abdominales hizo aquella vez. ¡Y en las luchas de la colchoneta! Eras el mejor. El más grande y más fuerte (y con el corazón más sensible que puede llegar a tener una persona) era él… Pero tú lo vencías. Estuve en tu equipo y él me aplastó el anular. Ay. 
Pero nos fuimos. Nos separamos. Y nuestras vidas cambiaron por completo de manera totalmente distinta. Y ahora no estás y quizá no estés. Y que si te voy a ver igual me muero de verte así. ¿Y si no te acuerdas de todo esto? ¿Y si no te acuerdas de mí, de nosotros? ¿Por qué, de los cuatro, has tenido que ser tú? ¿Por que eres el que se marchó por completo y cambió por completo? ¿Y qué ha sido de esos niños? ¿De esas calles? ¿De esas ferias en las que nos montamos todos juntos? ¿De las excursiones a la maldita Aljafería? ¿Dónde están?
¿Dónde estás?
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(Boceto)

La boca entreabierta - la respiración entrecortada. El rubor en las mejillas, la mirada de súplica. Los ojos húmedos, no llegan a lágrimas - no es tristeza, pero no llega a felicidad. El calor en el torso, la presión en el pecho que no deja respirar por completo, en exhalaciones de suspiros. El temblor en los labios, la presión en los dedos. Los ojos brillantes, el estremecimiento del cuerpo. El vello erizado, el hormigueo en la tripa. El pulso acelerado, la tensión en el estómago.

No es una enfermedad - pero consume con igual pasión. El diagnóstico, cuesta admitirlo.
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