Este es el relato con el que me quedé segunda en el concurso de la universidad, como hay gente que me ha dicho que lo quería leer os lo dejo aquí.
El todoterreno volaba por aquel camino a 150
kilómetros por hora. No sé cómo hice para no volcar en las curvas cerradas ni
cómo no choqué contra cualquier árbol. Era noche cerrada y uno de mis faros
fallaba. Mi respiración, agitada, dejaba nubes de vaho que se deshacían pocos
segundos después de salir de mi boca. El coche dio un bote y me las arreglé
para recuperar el control del volante y no pegármela. Había atropellado algo,
un zorro o un conejo, supuse. No me paré a comprobarlo. Había pasado treinta y
ocho horas sin dormir, pero el simple recuerdo de tu promesa bastaba para hacer
hervir la sangre en mis venas.
Un faro se apagó y yo maldije entre dientes. Estaba
tan excitado que me había olvidado de parpadear y el sudor empapaba mi camisa,
helando mi espalda. La prisa me había hecho olvidar mi chaqueta, pero no mi
pistola.
Tomé el desvío hacia la derecha. Dejé el coche lo
más cerca que pude del edificio, pero, por lo que había entendido, aún tenía
que andar durante largo rato. Hice todo el camino corriendo y mis pulmones
ardían rogando por oxígeno. Por fin vislumbré la gran puerta de madera del
almacén. Resollando, alcé mi mano y la abrí con gran esfuerzo.
Lo primero que vi fue la bañera, el único mueble que
había en toda la sala, Iluminado por la tétrica luz blanca de la bombilla que
colgaba del techo; lo segundo, a un
hombre de espaldas. Una mano se dirigía hacia tu mejilla, en la otra alcancé a
ver el brillo metálico de una pistola. Actué por instinto y disparé a la
espalda de aquel tío, sin saber si me habías traicionado con otro, si sería tu
hermano o realmente un desconocido que iba a hacerte daño, como me avisó mi
cuerpo. Me acerqué tambaleándome y tú te levantaste de golpe de la bañera.
—Gracias a
Dios que has llegado —susurraste con la mandíbula apretada—. Escucha, tienes que deshacerte de esto.
Alguien puede haber oído el disparo. Yo me encargaré de limpiar todo. Tienes
que llevar el cuerpo a otro lado, te daré la dirección, llegaré más tarde que
tú.
No me diste tiempo a preguntarte quién era aquel
hombre o el porqué de que no quisieras deshacerte del cuerpo allí mismo,
rodeados por hectáreas despobladas de vida humana. Me ayudaste a arrastrar el
cadáver hasta el maletero del coche, desnuda y con el pelo mojado.
El cadáver ensangrentado, el frío del invierno y el
olor a sudor de mi camiseta contrastaban con tu desnudez, que despedía vapor en
contraste con la temperatura del exterior. Toda esta escena tenía algo de
erótico. La adrenalina, que había desaparecido con el disparo, volvió con
fuerza a mi cerebro y mi pulso se aceleró.
Me diste la dirección del lugar donde nos
encontraríamos y volviste corriendo dentro del almacén. No llegué a verle la
cara al cadáver en ningún momento. Me sequé las manos impregnadas de sangre con
su pantalón y arranqué el motor.
El coche derrapaba por el camino y la gravilla
restallaba como si estuviera granizando. El vehículo aplastó algo y yo di un
bote en el asiento. Me costó recuperar el control del volante.
La excitación de volver a vernos allí y el hecho de
llevar un cadáver en el maletero hacían que mi respiración se agitara hinchando
mi pecho rápidamente. Mis manos manchadas de sangre, la bañera iluminada por
esa luz blanca, tus músculos tensados al levantar el cuerpo sin vida de aquel
hombre… Todo era tan irreal que creía que si chocase contra un árbol en ese
momento despertaría en la cama con el pulso acelerado y jadeando. Me pregunté
si la herida de bala aún sangraría y si estaría manchando la tapicería del
coche. Era una herida fea: distinta a como pensaba que serían. Pensé que
atravesaría limpiamente carne y hueso, pero la bala se quedó atascada en algún
punto de su cuerpo. Era bastante desagradable. El tío no gritó, quizá murió
casi instantáneamente.
Giré hacia la derecha y dejé el coche pegado a los
árboles que no me dejaban internarme más. Abrí la puerta del almacén y llegué
justo a tiempo para observar cómo te metías en una bañera que había en el
centro de la habitación, iluminada por una única bombilla de luz blanca que
hacía aún más irreal la escena. Me arrodillé ante la bañera y compartí contigo
una mirada que nos hacía cómplices de un asesinato. La pistola pendía inerte de
mi mano izquierda. No recordaba haberla cogido antes de venir aquí.
Alcé la mano derecha para apartarte un mechón de la
cara y no llegué a terminar el gesto. Lo último que vi fue cómo se desviaban
tus ojos, de estar mirando fijamente los míos, a clavar la vista en algún punto
detrás de mí. Entonces algo abrasador se incrustó en mi pecho y destrozó mi
pulmón, sin darme oportunidad a gritar de dolor o lamentarme. Me desplomé
contra el suelo y quedé bocabajo.
Me desperté en completa oscuridad. Me revolví en
aquel pequeño y angustiante espacio y noté algo helado contra mi mano. Al
agarrarlo, la forma se me hizo familiar: era mi pistola. Di un par de fuertes
patadas y entonces aquello se abrió. Cuando me deslicé al suelo comprendí que
me habían encerrado en el maletero de un coche. Palpé mi cuerpo cuidadosamente
para comprobar que no estaba herido y, cuando pasé por delante del capó del
coche, pateé el cristal de un faro hasta romper la bombilla. Noté las manos y
el pecho pegajosos; de sudor, supuse. Me interné en el bosque y eché a andar
hasta que encontré un almacén. Abrí con fuerza la puerta y vi a un hombre con
una pistola en la mano y la otra apoyada en el rostro de una mujer. Disparé sin
pensarlo, simplemente siguiendo mi instinto. El hombre se desplomó sin gritar.
Me acerqué a ella.
—Gracias a Dios que has llegado.
Me ayudaste a meter el cadáver en el maletero de
aquel coche del que yo había salido, no se me ocurrió preguntarte qué hacías
allí. Me diste una dirección y encendí el motor.
Estaba excitado. Iba a toda velocidad pensando en la
promesa que me habías hecho. Mi coche derrapaba. Llegué y me agaché junto a la
bañera, no se me ocurrió preguntarte cómo habías llegado allí antes que yo.
Dolor en mi pecho. Despertar encerrado. Liberarme. Apretar el gatillo. Llevar
el cadáver al maletero. El faro titilando. Chocar contra algo, un zorro o un
conejo. Excitación. Tu piel despidiendo vapor. La luz de la bombilla. Dolor
abrasador. Despertar. Derrapar. Romper el faro. Disparar. Dolor en mi pecho.
Gracias a Dios que has llegado.
Hola recién veo tu blog, es muy interesante y fluido, me gustó .
http://buscandotelibro.blogspot.com.ar/
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Gracias por tu tiempo, y sigamos compartiendo lo que amamos !
Kosmisch
Jolin, Mirna mira que hace tiempo que no me pasaba, si con esto quedaste segunda ¿Como sería el primer relato? Me has dejado completamente KO.
saluDOS desde años lejanos.